RECONCILIADOS CON DIOS

 

Definición

 

La palabra «reconciliación» presupone un esta­do anterior de enemistad, o de malas relaciones, que termina con un acto que hace posible la amistad y las buenas relaciones. La palabra se emplea, en el orden natural, en 1 Corintios 7:11, donde dice Pablo que la mujer apartada de su marido ha de quedar sin casarse o debe «reconciliarse» con él. Es importante notar que, en el uso bíblico de estos términos, la enemistad es siem­pre la del hombre contra Dios y no la de Dios contra el hombre. Como hemos visto en estudios anteriores, la «ira de Dios» es la relación de Su justicia contra el pecado del hombre, y es compa­tible con Su amor para con el mundo rebelde, ya que dio a Su Hijo para hacer posible la salvación del hombre. La hostilidad del mundo ante Dios se puso de manifiesto en el rechazamiento y la crucifixión del Dios-Hombre,

 

Anticipando por un momento lo que se ha de detallar más abajo, diremos que la obra de la Cruz satisface las exigencias de la justicia de Dios, siendo la propiciación la que hace posible que se levante la ira de Dios que estaba sobre el hombre. En vista de este gran hecho, no existe impedimento de parte de Dios para el retorno del hombre a Su obediencia, y los mensajeros de la Cruz ruegan a los hombres: «Reconciliaos con Dios.» Toca al hombre deponer su actitud de re­beldía y acercarse humildemente al Trono, por medio del arrepentimiento y de la fe, cuando ha­lla que la paz ya está hecha en Cristo Jesús y que el trono de justicia se ha trocado en trono de gra­cia.

 

La base

 

Se explica la base de la reconciliación en Ro­manos 5:10 y 11: «Porque si siendo enemigos, fui­mos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida..., también nos gloriamos en Dios por el Señor nuestro Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliación.» Aquí se ve claramente que es la muerte del Hijo la que hace posible la paz entre Dios y el hombre, y el tema se enlaza estrechamente con el de la propi­ciación. Dios no podía «hacer las paces» con el hombre a cualquier precio, sino sólo sobre la base de satisfacción de Su justicia. El pasaje que más claramente destaca esta doctrina es 2.a Co­rintios 5:18-21, donde vemos que «Dios... nos re­concilió consigo mismo por Cristo» (5:18) y que «Dios estaba en Cristo reconciliando consigo mis­mo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados». En estas últimas palabras no se trata de la unión del Padre y del Hijo en la obra, sino más bien indican que Dios efectuó la reconciliación por medio de Su Hijo. La piedra an­gular de la doctrina se halla en el versículo 21: «Al que no conoció pecado, [Dios] por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justi­cia de Dios en él.» (Véase también Col. 1:20-22.)

 

La proclamación de la reconciliación

 

Este aspecto de la gran obra única de la Cruz tiene que ver con las relaciones entre Dios, como soberano, y los hombres como súbditos rebeldes, quienes, por un acto de su propia voluntad, que­dan bajo el poder de Satanás, el «príncipe de este mundo». Con mucha propiedad, pues, los mensa­jeros de la Cruz se llaman embajadores cuando se trata de anunciar la reconciliación, porque repre­sentan al Soberano, que llama a Sus súbditos re­beldes a que vuelvan a Su obediencia. Así, dice Pablo en el pasaje ya citado: «Dios... nos dio el ministerio de la reconciliación..., nos encargó a nosotros la palabra [mensaje] de reconciliación. Así que somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; roga­mos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios.» En cuanto a esta última cita, debemos no­tar que la palabra «os» en la Versión Reina Vale-ra no está en el original. Pablo no rogaba a los creyentes de Corinto que se reconciliasen, porque ya lo estaban, sino que les explicaba el carácter de su ministerio ante el mundo en general. El predicador se acerca a los hombres en el nombre de Cristo y con la comisión del Dios Alto, amo­nestándoles que dejen su rebeldía, pues el Rey mismo ha provisto el medio para hacer posible su perdón y su recepción en el Reino.

 

La recepción de la reconciliación

 

Ya se ha destacado que es el hombre quien tie­ne que reconciliarse con Dios, pues de parte de Dios todo está hecho. Es en Cristo que se recibe (Ro. 5:11) y el único medio es la fe en el Hijo de parte del hombre arrepentido (Jn. 3:36).

 

El alcance de la reconciliación

 

La oferta se hace extensiva tanto a los ju­díos como a gentiles, y la obra de la Cruz derriba la barrera que antes existía entre ambas razas (Ef. 2:13-19). Este pasaje es importante, y pode­mos notar la hermosísima expresión: «Él [Cristo] es nuestra paz.»

 

Llegará el día cuando no existirá ningún elemento rebelde en la creación de Dios, fuera de los espíritus malignos y los hombres que rechaza­ron la luz, y aun éstos se someterán a la fuerza, ya que no quisieron hacerlo voluntariamente. Aparte estas salvedades, el alcance de la reconci­liación es universal, según lo hallamos expresado en el pasaje de fundamental importancia de Colosenses 1:20-22: «Y por medio de Él [Cristo] re­conciliar consigo todas las cosas, así las que es­tán en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz. Y a vosotros también, que erais en otro tiempo ex­traños y enemigos...» No se mencionan las cosas que están debajo de la tierra, o sea, los elementos asociados con la rebelión del diablo. ¡Bendito día aquel cuando nada ni nadie se opondrá a la vo­luntad de Dios!