El Espíritu Santo en la Santísima Trinidad
La Biblia no expresa de una manera dogmática la verdad acerca del Espíritu Santo. Sin embargo, las muchas referencias a él y a su obra pueden resumirse como sigue: El Espíritu Santo es la tercera «Persona» de la Deidad, quien procede desde la eternidad del Padre (Jn. 15:26) y del Hijo exaltado (Jn. 16:7; Hch. 2:33; Gá. 4:6), siendo igual a ellos en esencia. No es una mera «influencia» que emana de Dios, sino el agente inmediato en toda la obra divina, tanto en la creación material como en el espíritu del hombre, manifestando todos los atributos de una «personalidad». Su Nombre se halla unido con el Padre y el Hijo en la fórmula bautismal (Mt. 28:19) y en la bendición de 2.a Corintios 13:14.
Los nombres del Espíritu Santo
Mucha de la doctrina referente al Espíritu Santo se puede deducir de los nombres que le designan las Escrituras. Podemos notar los siguientes: el Espíritu Santo (Le. 11:13); el Parakleto: Abogado y Consolador (Jn. 14:16 y 26); el Espíritu de Cristo (Ro. 8:9); el Espíritu de Dios (Ro. 8:14); el Espíritu de Dios viviente (2 Co. 3:3); el Espíritu del Hijo (Gá. 4:6); el Espíritu del Señor (2 Co. 3:17); el Espíritu Santo de la promesa (Ef. 1:13); el Espíritu eterno (He. 9:14); el Espíritu de gloria (1 P. 4:14); el Espíritu de gracia (He. 10:29); y el Espíritu de verdad (Jn. 15:26).
El Espíritu Santo en el Antiguo Testamento
El Espíritu Santo aparece como agente divino en la creación: «... y el Espíritu de Dios se movía sobre [incubaba] la faz de las aguas» (Gn. 1:2); es decir, que él daba energía, vida y calor a todo lo creado; también es el agente divino en la renovación de la naturaleza (Sal. 104:30), en la vida humana (Job 33:4), en la transformación moral del hombre (Zac. 12:10), en la resurrección histórica del pueblo de Israel (Ez. 37:9), y en su avance espiritual (Jl. 2:28 y 29). El pasaje que lo representa más aproximadamente como una Persona es Isaías 63:10: «Contristaron su Espíritu Santo» (Versión Moderna).
Los hombres que se formaron bajo la antigua alianza experimentaron en ocasiones una fuerza física y un valor superiores a los que podían esperar de sí mismos (Sansón, Jue. 14:6); o una capacidad mental y habilidad artística acrecentadas extraordinariamente (Be-zaleel, Ex. 31:1-3).
La explicación de todo ello es que el Espíritu de Jehová «cayó» sobre ellos, «se invistió» en ellos, los «llenó»; en fin, obró poderosamente a su favor. Aún más característica es una visión extraordinaria que interpreta la realidad pasada y predice los sucesos futuros, o sea, la inspiración profética (1 P. 1:10-12). El falso profeta Sedequías dijo a Miqueas: «¿Por dónde pasó el Espíritu de Jehová de mí, para hablar contigo?» (1 Ro. 22:24, Versión Moderna).
El punto de enlace con el Nuevo Testamento es el futuro Mesías altamente dotado con el Espíritu de Dios (Is. 11:2; 42:1; 61:1).
La personalidad del Espíritu Santo
El Espíritu Santo es una persona, no una mera influencia, emanación o manifestación. En las palabras del Señor Jesús a los apóstoles en el cenáculo atribuye al Espíritu Santo acciones propias de una persona: «Yo rogaré al Padre —dice—, y os dará otro Consolador (o Abogado)... Mas el Consolador, el Espíritu Santo..., él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho» (Jn. 14:16 y 26). «Cuando venga el Consolador..., él dará testimonio de mí» (Jn. 15:26). «Y cuando él venga convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio..., pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir» (Jn. 16:7-15).
Además, podemos notar que el Señor habla del pecado contra el Espíritu Santo (Mt. 12:31). Como una persona divina que es, se le puede «contristar» (Ef. 4:30), «resistir» y «hacerle afrenta» (Hch. 7:51; He. 10:29). El Espíritu Santo habla a los siervos de Dios dándoles indicaciones (Hch. 8:29; 10:19 y 20); especifica el servicio de los santos (Hch. 13:2-4); prohibe (Hch. 16:6 y 7); intercede (Ro. 8:26 y 27) y ama (Ro. 15:30).
El Espíritu Santo es Dios. Esta verdad queda probada por los muchos pasajes de las Escrituras en los que se identifica al Espíritu Santo con la divinidad. Por ejemplo: El profeta Isaías (6:8 y 9) dice que oyó la voz del Señor, y el escritor inspirado Lucas, haciendo historia de Pablo en un momento cuando éste se refirió a aquel pasaje de Isaías, escribe: «Bien habló el Espíritu Santo por el profeta Isaías...» (Hch. 28:25 y 26). Así, pues, el Ser que habló era Dios el Espíritu Santo (cp. con Jer. 31:31-34 v He. 10:15). Otro caso muy notable es el pecado cometido por el matrimonio Ananías y Safira, que motivó las siguientes palabras del apóstol Pedro: «¿Por qué Oenó Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo...? No has mentido a los hombres, sino a Dios» (Hch. 5:3, 4 y 9). La afirmación es clara: mentir al Espíritu Santo es mentir a Dios.
Las Escrituras atribuyen constantemente al Espíritu Santo los atributos de Dios, como omnipotencia, omnisciencia, omnipresencia y también su perfección suma: la santidad (Le. 4:14; Ef. 3:16; Sal. 139:7-12; Job 26:13; 33:4; 1 Co. 2:9-12; 6:11: 12:8-11; He. 9:14; Ro. 1:4; 8:11; 2 P. 1:21; Hch. 1:16; 20:28; Le. 12:12; Ap. 2 y 3).
La obra del Espíritu Santo
En relación con la creación material. Su primera manifestación en el mundo se describe en Génesis 1:2: «El Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas»; y Job exclama: «Por su Espíritu adornó los cielos» (Job 26:13).
En relación con la humanidad. La formación del hombre en Génesis 2:7 se describe así: «Entonces Jehová formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en sus narices aliento de vida». Las palabras en cursiva señalan la parte espiritual del hombre, el cual fue formado por el Espíritu Santo: «El Espíritu de Dios me hizo, y el soplo del Omnipotente me dio vida» (Job 33:4 con 27:3). Antes del diluvio, el Espíritu Santo «contendía» con los hombres (Gn. 6:3).
En relación con las Sagradas Escrituras. 1) Su autor (1 P. 1:10-12; 2 P. 1:20 y 21; Hch. 1:16; 2 Ti. 3:16 y 17; Jn. 14:26; 16:12-15). Todos estos pasajes revelan la intervención del Espíritu Santo en la redacción de las Escrituras, «impulsando» y «guiando» a los escritores a la verdad, y dando el «aliento divino» a los escritos. 2) Su intérprete (1 Co. 2:10; 1 Jn. 2:20, 27, etc.). La interpretación de las Escrituras por medio del Espíritu Santo, sin embargo, no implica la oposición a la gramática ni al contexto. Tampoco se puede prescindir de los doctores, ya que éstos son dones concedidos por Cristo a la Iglesia e instrumentos para la enseñanza bíblica en manos del Espíritu Santo (Ef. 4:11 y 12; 1 Co. 12:28).
En relación con la persona de Cristo. El Señor Jesús fue engendrado en el seno de la bienaventurada Virgen María por obra y gracia del Espíritu Santo (Le. 1:35), y fue «ungido» con el Espíritu Santo para Su ministerio terrenal (Hch. 10:38). Como ya hemos notado arriba, el Espíritu Santo es también el Espíritu de Cristo, y todas las cosas pertenecientes al Señor Jesús son administradas y reveladas al creyente por el Espíritu Santo (Jn. 15:26; 16:14; Hch. 1:2; Fil. 1:19).
En relación con la obra de la Cruz. El autor de la Epístola a los Hebreos declara que Cristo, por el Espíritu eterno, se ofreció voluntariamente sin mácula a Dios (He. 9:14).
En relación con la resurrección de Cristo. Este prodigio de los siglos fue por el poder del Espíritu Santo, según hallamos, entre otros textos, en Romanos 8:11: «El Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús...».
En relación con la Iglesia. En cumplimiento de la promesa del Padre y del Hijo (Mr. 1:8; Le. 24:49; Jn. 14:16 y 26; Hch. 1:4 y 8; 2:33; Ef. 1:13), el Espíritu Santo vino sobre los discípulos, formando la Iglesia en el día de Pentecostés (Hch. 2) y seguirá en ella hasta llevarla al encuentro del Esposo (véase la hermosa ilustración en Gn. 24). El Espíritu Santo habita en la Iglesia como en un templo (Ef. 2:22), y aparece como un articulador de una unidad viviente, de la cual él es el alma: «Un cuerpo y un Espíritu» (Ef. 4:4); por el Espíritu Santo las almas renacidas son bautizadas en un solo cuerpo místico (la Iglesia), según expresión del apóstol Pablo: «Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo» (1 Co, 12:13).
En relación con la iglesia local. El origen y ejercicio de los dones espirituales en la iglesia se deben al Espíritu Santo, quien reparte a cada miembro cristiano como él quiere. En 1 .a Corintios 12:1-11 aparecen las palabras pneumática («cosas del Espíritu») y carismata («dones de gracia»). La iglesia local es también templo del Espíritu Santo (1 Co. 3:16 y 17).
En relación con los siervos de Dios. La persona del Espíritu Santo es la que guía a los obreros del Señor, tanto a los apóstoles como a los evangelistas, a los misioneros, a los ancianos (presbíteros, sobreveedores) y a los doctores de la Palabra, indicándoles el contacto con las almas (Hch. 8:29), enviándoles a los lugares donde deben predicar la Palabra (Hch. 10:19 y 20), escogiendo a los siervos que han de cumplir el trabajo para el cual son llamados (Hch. 13:1 y 2), sellando los acuerdos de los responsables de las iglesias (Hch. 15:28), y abriendo y cerrando caminos (Hch. 16:6 y 7).
En relación con el mundo. Cuando el Señor Jesús prometió el Espíritu Santo a los apóstoles, dijo también que uno de los cometidos del Espíritu sería el de convencer de pecado a los hombres (Jn. 16:7-11), siendo el único que puede traer al nombre el verdadero sentido de la justicia y del juicio. La voluntad del hombre ha de cooperar con el urgir del Espíritu Santo, pero aquél no podría hacer nada sin la obra de gracia de Éste.
En relación con él individuo. Si la convicción del pecado es seguida por el arrepentimiento para con Dios y la fe en Cristo de parte del hombre, el Espíritu Santo produce la regeneración de la vida «de arriba». El orden, según las Escrituras, es como sigue: Cuando, por medio de la predicación de la Palabra, se presenta ante los hombres al Cristo crucificado como el único remedio para la condición pecaminosa de las almas, y le aceptan como Salvador personal, entonces el Espíritu Santo aplica la virtud de la sangre de Cristo a sus corazones, purificándolos; vivifica la semilla de la Palabra, y hace su morada en el creyente (Gá. 3:1 y 2; Tit. 3:5; He. 10:29).
El Espíritu Santo y el creyente
El Espíritu Santo y la santificación. El Espíritu Santo habita en los creyentes a partir del momento de su conversión (Hch. 2:38; Ro. 8:11; Co. 6:19 y 20; Gá. 4:6; 2 Ti. 1:14); y «si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él» (Ro. 8:9). Pero si bien es verdad que en cada creyente regenerado mora el Espíritu Santo y que ya está bautizado en Cristo por el Espíritu Santo, también es cierto que las Escrituras distinguen entre poseer el Espíritu y estar llenos del Espíritu. Esto puede verse en la Epístola a los Efesios, por ejemplo, en cuyo versículo 4:30 Pablo recuerda al creyente que está sellado con el Espíritu, mientras que en Efesios 5:18 le exhorta a que sea lleno del Espíritu.
La Escritura presenta a Cristo como quien murió al pecado una sola vez, pero que vive para Dios eternamente. El creyente se apropia por la fe de la gran verdad de su identificación con Cristo en Su muerte y en Su resurrección; el Espíritu Santo le administra las cosas del Señor Jesús y le impele por el camino de la santificación (Ro. 1:4; cap. 8; 1 Co. 6:11; 2 Co. 3:18; 1 P. 1:2).
El Espíritu Santo y la oración. El creyente muchas veces no sabe lo que ha de pedir al Padre ni cómo pedirlo, pero el Espíritu Santo cumple su cometido intercediendo a favor del cristiano (Ro. 8:26 y 27). Jesús es nuestro intercesor a la diestra del Padre, y el Espíritu lo es desde nuestro corazón; por eso se nos manda orar «en Espíritu» (Ef. 2:18; 6:18; Jud. 20).
Los símbolos del Espíritu Santo
Hay una variedad de símbolos del Espíritu Santo en la Biblia. En el bautismo del Señor fue visto por Él y por Juan Bautista «que descendía como paloma» (Mt. 3.16). En el día de Pentecostés vino como fuego sobre los discípulos (Hch. 2:3). El Señor le compara al viento, en Su conversación con Nicodemo (Jn. 3:8), y como agua en Juan 7:37-39. Otras figuras en el Nuevo Testamento son el sello y las arras de la herencia (Ef. 1:13 y 14; 4:30): la marca indubitable del verdadero creyente y la prenda anticipada de su redención completa en el día de la consumación.
Aparte de los símbolos que se relacionan expresamente al Espíritu Santo en las Escrituras, creemos que, por analogías y consideraciones que no podemos justificar dentro de los breves límites de este estudio, hemos de aceptar los siguientes como figuras de su Persona y operaciones: el rocío (Os. 14:5); las lluvias de Joel 2:23 y 28; los ríos de Isaías 44:3; el aceite de Levítico 8:30; Zacarías 4:1-14 (cp. 2 Co. 1:21; 1 Jn. 2:20 y 27).
El Espíritu Santo y la resurrección del creyente
El cuerpo de resurrección del creyente es “soma pneumatikon”, que equivale a «cuerpo espiritual», que parece una contradicción, pero demuestra que toda limitación de la carne se habrá superado, siendo el cuerpo el perfecto y apropiado vehículo del espíritu redimido (1 Co. 15:42-51). Para la vivificación del cuerpo mortal, intervendrá la operación del Espíritu Santo (Ro. 8:11).
En la íntima armonía de la Trinidad y hasta el punto en que misterios tan inefables han sido revelados, el Padre, como fuente de amor, ejerce Su voluntad en el plan de salvación; el Hijo, impulsado por la gracia divina, lleva a cabo la obra de la redención por medio de Su gran misión a la tierra, y el Espíritu Santo aplica todo el valor de la obra de la Cruz en potencia y eficacia a los corazones de los creyentes, todos los cuales pueden participar siempre de la bendita «comunión del Espíritu Santo» (2 Co. 13:14).
Iglesia Cristiana
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